jueves, 29 de mayo de 2014

Bienvenidos a la nave del misterio

En muchas ocasiones, me planteo contactar con Iker Jiménez para investigar a esos sujetos extraños que aparecen una vez al mes- en el mejor de los casos- y que saben todo de nuestra vida y nosotros, muy poco de la suya; es imposible localizarlos, son ellos los que contactan con nosotros (de forma periódica o eventual). Hacer una llamada y que nadie conteste. Informaciones confusas en la red y hallazgos inquietantes en los cajones. Sabéis ya a quien me estoy refiriendo? Pues nada más y nada menos que a los caseros. Un retrato robot de dos de ellos.

C., maestra jubilada, amante de los bolsos de Tous y el tinte pelirrojo. "Bocifuego" para los amigos. Voz increíblemente aguda y desagradable al oído. De naturaleza, tacaña. Dudosas habilidades en lo que a bricolaje se refiere; intentos vanos de arreglar cosas para no pagar a profesionales (radiadores, enchufes y el tirador de la puerta). Máximo interés por los pagos; mínimo interés por el bienestar de los inquilinos. Extremadamente desconfiada y con serias dificultades para las matemáticas. Usurera en grado sumo. Con lapsus de memoria e intentos vacuos de aprender inglés.

M.; de profesión desconocida, presumiblemente en los límites de lo legal (al estilo Barney Stinson). Amigo de sus amigos, conocido (y quizás temido) por todos, contador de historias y frecuentador de bares. Ojos sospechosamente rojos, aspecto abatido las más de las veces. De naturaleza, pasota. Buenas dotes de convencimiento e increíble uso de la palabra. Máxima efectividad en caso de avería; mínima preocupación por el cobro de recibos. Extremadamente confiado y con serias dificultades para recordar nombres. Disperso en grado sumo. Con hábitos nocturnos y reiteradas promesas no cumplidas.

No intentéis averiguar donde viven. No les sigáis la pista, corréis el riesgo de veros envueltos en turbios asuntos. No les pidáis el número de cuenta; lo más probable es que se nieguen a dároslo (para que no los podáis rastrear, aparte de evadir al fisco, claro está). No tratéis de saber nada de sus vidas; si lo creen conveniente, serán ellos quienes aporten datos. El resto es información clasificada. Expediente X.

lunes, 26 de mayo de 2014

Oda al balompié

De una forma u otra, el fútbol siempre ha estado presente en mi vida. Sea porque mi padre, siendo una niña, me llevase con él a los entrenamientos de tercera regional; sea por lo bien que lo pasaba en los partidillos de fin de semana en la aldea o por las risas que me echo al oir los improperios que la gente dedica a los árbitros (sin importar de qué división se trate). Lo que más me fascina del fútbol, en todo caso, es la cantidad de emociones que genera en las personas, haciendo posible que dos desconocidos se abracen o que dos íntimos amigos acaben enfrentándose por defender sus colores. Es por eso que, desde mi total desconocimiento, quiero compartir con vosotros la visión que tengo de este deporte; pensaréis muchos que un tanto "naive"; ciertamente, pero como siempre extraigo lo positivo del tema.

El fútbol, como todos los deportes de equipo, se fundamenta en los principios de la cooperación y el compañerismo. Ese es su origen y, al margen de los intereses económicos que suele haber detrás, son dichos principios los que hacen grande este deporte. El fútbol fomenta el altruísmo, al sacrificar el buen deportista, el éxito individual en favor del triunfo colectivo. Crea vínculos extremadamente fuertes entre los miembros del equipo, trascendiendo estos al ámbito de lo personal y convirtiéndose los compañeros en  grandes amigos. Estimula la capacidad de superación (a través de la competitividad), al tiempo que, enseña a encajar las derrotas y gestionar los fracasos. El fútbol fabrica ídolos que hacen sonreír a los niños y devuelven la ilusión a países enteros; el fútbol nos hace olvidar los problemas en determinados momentos y nos proporciona ejemplos de que los sueños se pueden cumplir.

Nos guste o no, "el fútbol mueve montañas". Traspasa las pantallas y arranca lágrimas (de alegría o tristeza, eso depende). Arrastra miles de personas de unos estadios a otros. Permite a las personas sentir que forman parte de un grupo, de una entidad mayor que sí mismos (llamésmole afición). Genera muchos ingresos, aunque vayan a parar al bolsillo de unos pocos. Da a conocer ciertos países fuera de sus fronteras (a España, sin ir más lejos, se la conoce por la Selección). Y, de vez en cuando, crea estrellas que prestan su imagen y, en ocasiones, su dinero, a fines solidarios. Personas humildes y con carisma, muy queridas por la población en general, incluyéndose no futboleros.

Dice mi abuelo que "no se nos va la vida en ello", refiriéndose a que esta no cambia sustancialmente porque gane o pierda un equipo o el otro. Y tiene razón. Pero a pesar de eso, hay que reconocer que el fútbol aporta pluses de felicidad a los aficionados; es tema de conversación con cualquier persona y en cualquier lugar; reune a familias enteras en el campo o frente al televisor y alimenta el sentimento de unión entre personas, pueblos y naciones. Y hasta ahí puedo llegar; yo no entiendo el "fuera de juego"; mis disculpas a todos aquellos que han intentado explicármelo una y otra vez, sobre todo a mi padre.

sábado, 24 de mayo de 2014

El genérico de los ansiolíticos es el abrazo

No hay nada en el mundo más reconfortante que un abrazo. Cuando abrazamos a alguien, el tiempo se detiene y la mente se queda en blanco; en ese instante, no pensamos en nada, nos aislamos del entorno (lo que algunos consiguen con meditación) y lo único que sentimos es el latido del corazón del otro. No os parece algo mágico? A mí, siempre me ha llamado la atención. Y es que lo de que "una imagen vale más que mil palabras", podría aplicarse también a un abrazo; un simple gesto que, en muchas ocasiones, transmite más que cualquier cosa que podamos llegar a decir. Mi consejo, en este punto, es el siguiente: "Si no sabes que decirle a alguien, tan solo abrázalo" (original quote by Eva Cabanelas).

Como mamíferos que somos, los seres humanos necesitamos del contacto físico en aras de un correcto desarrollo y bienestar. Muestra de lo imprescindible que resulta dicho contacto, es el caso de los niños huérfanos de la Segunda Guerra Mundial; los cuales, a pesar de recibir adecuados cuidados médicos, se veían condenados a una muerte precoz, asociada a posteriori, a la falta de cariño y contacto con otras personas (estudios de este tipo hay cientos en la red). Es la piel, además, el órgano más extenso y sensible de nuestro cuerpo. De todos los sentidos, el tacto es el que tenemos más desaprovechado y, a su vez, el que más beneficios nos reporta. La mejor forma de cultivarlo es a través de los abrazos. "Son necesarios cuatro abrazos diarios para sobrevivir, ocho para mantenerse y doce para crecer"; o eso he leído por ahí.

Según los expertos, un abrazo desencadena en el cuerpo una descarga de sustancias químicas (endorfinas, oxitocina, serotonina y dopamina) que, en última instancia, nos hacen sentir bien. Un solo abrazo, por tanto, posee efectos terapéuticos miles como la reducción de la presión arterial, la estimulación del transporte de oxígeno en el organismo (efecto idéntico al del deporte), el retraso del envejecimiento o la mejora del sistema inmunológico. Al margen de los beneficios físicos (científicamente probados), un abrazo es capaz de aliviar la ansiedad y el estrés, curar el insomnio y el bloqueo emocional, fortalecer la autoestima y potenciar la resiliencia (capacidad de sobreponerse a los fracasos). Un solo abrazo nos da protección, seguridad, confianza, fortaleza y, por supuesto, salud.

Los abrazos abren la puerta a los sentimientos, llenan los espacios vacíos en nuestra vida y hacen los días felices, más felices si cabe. Los hay de muchos tipos. "Abrazo de oso" cuando una de las personas es más alta que la otra; "abrazo de mejillas", ideal para una ocasión feliz; "abrazo sándwich", formado por tres personas; "abrazo por la espalda", cuando el que abraza se aproxima por detrás (romántico en pareja, tierno entre padre e hijo); "abrazo de costado" para pasear acompañados; "abrazo grupal" para motivarse los íntimos amigos; "abrazo impetuoso" para desear suerte de forma rápida; "abrazo oriental", que entrelaza los cuerpos y busca la conexión espiritual y, como no, la forma más sublime de abrazo, el "abrazo de corazón", tan largo como genuino; sincero como placentero y gratuito como impagable (simplemente "priceless").

jueves, 22 de mayo de 2014

No es casualidad ni tampoco destino

Como ya os habréis percatado, yo no creo en las casualidades. Quizás sea deformación profesional, quizás naturaleza curiosa; pero a mí, me gusta pensar que todo lo que nos sucede en la vida tiene una razón de ser. Que las personas con las que nos cruzamos en el camino, no lo hacen de forma accidental y, que las decisiones que tomamos, aun sin ser conscientes de ello, obedecen a un fin que no podemos ni imaginar.
No hablo aqui del trágico destino que nos muestra la literatura (fátum, hado, sino o como queráis llamarle), que guía la vida humana a un fin ineludible y casi siempre fatal. Me refiero al plan que la vida tiene para nosotros. Aunque es cierto que las personas labramos nuestro propio futuro mediante la toma de decisiones (a través del ejercicio del libre albedrío), existen gran cantidad de variables que escapan a nuestro control y, que llamamos frecuentemente "imprevistos". Pues al final, las cosas no siempre son como planeamos que sean (o como nos gustaría que fueran), sino simplemente como tienen que ser.

Y si lo que nos sucede a lo largo de la vida no es casualidad ni tampoco fruto del destino, qué es entonces? Ni más ni menos que SERENDIPIA. Extraño término para referirse a aquello que siendo posible, es poco probable, y sucede de forma inesperada cuando buscamos algo distinto. Si bien no es aconsejable obsesionarse con ello (ni permitir que se convierta en delirio); tampoco lo es, cerrar los ojos a los mensajes que la vida nos manda. Dice Paulo Coelho que "cuando quieres algo, todo el universo conspira para que realices tu deseo". Las pruebas de la veracidad de tal afirmación las encontramos en el ámbito de la ciencia, en el arte, en las increíbles historias que circulan por la red (para más información, wikipedia) y lo que es más sorprendente aún, en nuestra vida diaria.

En ocasiones, la serendipia se materializa en forma de una persona a la que conocemos de forma "aparentemente" casual, a la que abordamos para preguntarle por el paradero de otra, con la que entablamos conversación y experimentamos una conexión especial (al menos por una de las partes). A dicha persona la vemos puntualmente en bares o lugares que frecuentamos; descubrimos que tenemos conocidos comunes (hallazgo vano en la época "Social Network"); nos la cruzamos por la calle varias veces en cuestión de días, coincidimos en determinadas ocasiones, hallamos su número de teléfono en el móvil de un amigo al que hace poco que conocemos o en un anuncio que nos envían al correo. Con esa persona no tenemos contacto alguno durante largos períodos de tiempo, no hablamos, ni tampoco sabemos de su vida; pero la recordamos eventualmente, con la sensación de que en un futuro más o menos lejano volveremos a encontrarnos (y lo más seguro es que no nos equivocamos).

Los sucesos que acabo de relatar son plenamente plausibles cuando hablamos de una pequeña ciudad (donde las probabilidades se multiplican), pero el hecho de que dichos encuentros se produzcan de forma aislada (a la par que reiterada) y en momentos clave de nuestra vida, nos hace pensar, en todo caso, que van más allá de la casualidad. Puede que, como decía mi buen amigo Paulo, el universo nos cruce con esas personas para ayudarnos a transitar un cambio y para enseñarnos que las cosas no son siempre como desearíamos que fueran. Esas personas, como dicen los ingleses, "are meant to be in our lives".

martes, 20 de mayo de 2014

Me hago doctor

Para la Real Academia de la Lengua, doctor es aquella persona que ha adquirido el nivel universitario más alto. Para los doctorandos, doctor es aquel que ha sobrevivido a la debacle que supone la realización de una tesis doctoral, con sus interminables horas de revisión bibliográfica y experimentos fallidos varios. Conatos de abandono y accesos de ira incluidos. Y, de vez en cuando, algún que otro triunfo. Una especie de "Último superviviente", acostumbrado a manejar la frustración, creativo por obligación y optimista por necesidad, cuya recompensa se encuentra en el "País de muy muy lejano". Tan lejano que puede semejar irreal en ocasiones pero que sin duda, existe (y si no que se lo pregunten a Shrek).

Cuáles son los motivos entonces que conducen a la gente a embarcarse en un proyecto que puede ser tan gratificante como desalentador? Dejando a un lado la utópica visión del niño que quiere ser científico y cambiar el mundo, la mayoría de las personas que se inician en la carrera investigadora, lo hacen de forma casual. Tras obtener una buena nota en una determinada materia o mostrar especial interés por esta, los futuros doctorandos son "reclutados" por los responsables de la misma. A partir de ese momento, los que fueran profesores se convierten en colegas (en el sentido anglosajón del término) y el recluta en cuestión pasa a estar en "tierra de nadie". No es alumno como tal ni tampoco profesor, sino ambos a la vez (curiosa combinación que requiere de un cierto período de adaptación). Al recluta se le asigna, por tanto, un determinado tema de estudio, más o menos cercano a sus preferencias, en torno al cual girará su trabajo durante un período mínimo de tres años (eso, los más optimistas). Un tema, en todo caso, que acabará amando o detestando, una de dos.

Al comienzo, el doctorando en cuestión se hallará perdido entre tubos de ensayo y variables estadísticamente significativas. Le asaltarán preguntas del tipo "qué hago yo aquí" o "por dónde empiezo". Con el paso del tiempo, se enzarzará en luchas burocráticas con la administración, familiarizándose en tanto con las no pocas triquiñuelas de las que esta hace alarde. Se verá forzado a utilizar gestores de bibliografía (para no morir en el intento) y a formatear textos, que muy probablemente, acabarán desordenados. Descubrirá el índice de impacto. Pasará horas calibrando aparatos, haciendo medidas (de dudosa repetibilidad) o viendo muestras al microscopio. Perderá la paciencia y ganará dioptrías en el proceso. Se preguntará "a dónde me conduce esto". Todo en su vida tendrá introducción, material y métodos, resultados y discusión (y con suerte alguna conclusión de provecho). Se habituará a la continua corrección de sus escritos, a la revisión por pares y al fracaso de lo experimental. El 80% de las experiencias laboratoriales salen mal; no lo digo yo, lo dice un Premio Nobel cuyo nombre no recuerdo.

Pero no todo es negro en el arduo camino para ser doctor; existen numerosos alicientes que inclinan la balanza hacia lo positivo. Y ya sabéis que yo elijo siempre "El lado bueno de las cosas". El doctorando adquirirá en el camino gran cantidad de conocimiento, del académico y sobre todo del personal (de sí mismo, sus capacidades y sus propios límites). Conocerá gente diversa y aprenderá de ella. Verá su nombre escrito en artículos y pósters y se congratulará de ello. Recibirá las felicitaciones de expertos en congresos y eventos científicos. Tendrá la oportunidad de enseñar a otros. Viajará por el mundo. Compartirá despacho con otros doctorandos y seguro hará grandes amigos. Y llegado el gran día, cuando el tan esperado título de doctor le sea otorgado, podrá ver los rostros alegres de sus familiares y amigos, celebrando aquello que por momentos parecía inalcanzable. Ya solo por eso, a mi modo de ver, el esfuerzo merece la pena.

sábado, 17 de mayo de 2014

Esta es mi generación

Recurro hoy al título de una canción de Modestia Aparte para hablaros de los grandes iconos de nuestra infancia; de las series que veíamos, de las golosinas que comíamos, de las cosas con las que jugábamos e, incluso, de la música que escuchábamos. Todo ello en una década, la de los 90, en la que fuimos extremadamante felices; una generación a caballo entre los juegos populares y la era virtual. Una generacíón distinta a las demás; mi generación.

En los 90, las series americanas nos hicieron soñar. Deseamos tener una casa del árbol tan "guay" como la de Punky Brewster (sin que la pesada de Margaux nos gritase "plebeyos"). Quisimos adoptar al bueno de "Alf", a pesar de no entenderle ni media palabra. Soñamos con pelear al lado de Xena, la princesa guerrera (al margen de su extraña relación con Gabriel) y de los Power Rangers (merecen un post aparte, sin más). Nos trasladamos a las playas de Santa Mónica con los Baywatch; convirtiendo a Mich Bucanan en ídolo de masas y a Pamela Anderson en "proyecto de actriz". Fuimos al instituto con Salvados por la campana y deseamos tener un novio como Zack Morris y un colega como Screech. Soñamos formar con nuestros amigos un grupo de música al estilo de los California Dreams o crear un periódico como los Reporteros con clase. Asistímos también a las aventuras de Las gemelas de Sweet Valley, a los amoríos de Brandon y Brenda en Sensación de vivir (perdiendo el norte al aparecer Dylan, James Dean de nuestra época, en pantalla) y conocimos el extraño nombre de "Topanga" gracias a Yo y el mundo. Lo pasamos pipa con el tío Joey de Padres forzosos y con el gran Carl Winslow de Cosas de casa, donde esperamos, como agua de mayo, que Steve Urkel se convirtiese en Stefan (e impresionase a Laura con su traje blanco). Conocimos a Leonardo Dicaprio en Los problemas crecen (y también al padre de Robin Thick), aprendimos a fabricar explosivos con cables y chicles gracias a McGyver y nos creímos fugitivos del ejército con el Equipo A. Quién no deseó nunca montar en la furgoneta de M.A. Barracus por ejemplo? Y quien no fingió alguna vez en su vida llamar a Kitt, el coche fantástico, a través de su reloj? Otras grandes series se me olvidan.

En los 90, fuimos adictos al azúcar. El mayor placer del mundo en aquella época era merendar a base de BollyCao, Phoskitos o Pantera Rosa. Con el verano, la llegada de los helados; los grandes favoritos, Calippo, Mikolápiz y Frigopié (además de los míticos polos de sabores). Primeros experimentos de química para preparar el Tang (aquellos sobres con polvos de sabores) y esfuerzos sobrehumanos para chupar el "Two to one" sin babarse. Abrir el "bumbaflash" con los dientes y no atragantarse con el plástico del envase,  intentar no pestañear al tomar "Peta Zetas" o tragarse el chicle del "Kojak". Cortar un trozo del "Boomer Kilométrico", escoger los Sugus (suerte para los que nos gusta el azul, el de piña, el que nadie quiere), degustar los "Gummies" o chupar el bubbaloo. Prácticas frecuentes todas de nuestra generación. O no?

En los 90, salimos a la calle a jugar. Con el diávolo, la peonza, las canicas o lo primero que hubiese a mano. Coleccionamos cromos, gogos y tazos (chiquitazos, magic tazos, mega tazos, master tazos y macro tazos). Nos llevamos al cole la Game Boy (la mía era roja, DEP), la Onda manía, las Barbies y los Action Man. Fuimos a casa de nuestros amigos a jugar a la SuperNintendo (por aquel entonces la Play Station era una utopía) y al Scalextric. Nos divertimos con los Lego, los Micromachines y, por supuesto, los Playmobil. Nos volvimos locos con los Pokémon y los Digimon, decoramos el techo de nuestra casa con las manos locas (pegajosas y con partículas de polvo adheridas) y asumimos el cuidado de nuestra primera mascota virtual, el Tamagochi, con el consiguiente drama de su partida en nave espacial (y reinicio en el botoncito de atrás con la punta del boli). Mención aparte merece el "Furby", aquel muñeco con aspecto de gremmlin, y más pesado que un plomo, que a día de hoy, no entiendo como llegó a ser tendencia. Alguien puede explicármelo?

En los 90, descubrimos el pop comercial, de la mano de las Spice Girls y los Backstreet Boys, ya fuera en cinta de doble cara o en CD, los más "pros". Y qué decir de Aqua, una revolución en la música electrónica de la década. Os acordáis de su gran éxito "Barbie girl"? Como ellos, muchos otros grupos que cayeron en el olvido: los Cartoons, vestidos de dibujos animados, los Vengaboys y su "Boom, boom, boom", etc.

Para terminar, sólo un par de cosas.Y es que los niños de los 90, hicimos cuadernillos Rubio (en mi caso, hasta no hace mucho), usamos las ceras "Plastidecor" y nos habituamos a ver a Hulk Hogan en la tele. Que más podemos pedir? Yo creo que nada falta para convenceros de que esos fueron los mejores años de nuestra vida.

martes, 13 de mayo de 2014

Buscando el Elemento

Nunca os habéis preguntado si estáis haciendo aquello para lo que sois realmente buenos? O si esa tarea a la que dedicáis la mayor parte de vuestro tiempo os complace y os hace sentir completos? Difícil pregunta esta, que nos aborda con frecuencia cuando no sabemos qué camino tomar. Y es que en ese momento, en el que tenemos que decidir qué vamos a hacer el resto de nuestra vida, nos asaltan un millón de dudas.
El problema reside en que la mayoría de la gente cree que sólo se puede ser bueno en una cosa y nada más. Cabe discernir pues entre lo laboral y lo personal, porque si bien el trabajo es uno de los ejes fundamentales de nuestra vida y lo que nos proporciona el sustento; existen muchas otras actividades que nada tienen que ver con el mismo, cuya realización nos gratifica en grado sumo y que nos acercan a nuestro "Elemento".

Y qué es "El Elemento"? Pensaréis vosotros. Por supuesto, no es un concepto que haya inventado yo (aunque he de añadir que siempre sospeché que existía). Lo he tomado prestado del señor Ken Robinson, experto mundial en el campo de la creatividad, la innovación y el aprendizaje. Una de esas personas que con su vida y su obra son capaces de cambiar la de los demás. Un libro que sin duda os recomiendo, pues no os dejará indeferentes. Lejos de "espoilear" el contenido del mismo, con este post pretendo únicamente despertar vuestra curiosidad; porque aunque podría resumir someramente de qué se trata, no tendría sentido alguno, ya que encontrar el "Elemento" es una experiencia muy personal, que ha de vivirse en solitario y que es distinta para cada individuo. Os adelantaré solo una cosa y es que a mí, me ha funcionado.

Algo que he descubierto a través de la lectura del libro es que existen personas que nos ayudan en la búsqueda de nuestro "elemento". Aparecen en nuestra vida en momentos cruciales, pudiendo permanecer por siempre en ella o yéndose una vez cumplida su misión (que no es otra que cambiar nuestra vida). Con estas personas establecemos un vínculo especial, simplemente "conectamos". No son nuestros "hermanos mayores" ni tampoco nuestros amigos. Son eso y más; son nuestros mentores. Ellos nos inspiran y nos abren los ojos a un mundo de infinitas posibilidades. Encontrar "El Elemento" en su ausencia es, por tanto, prácticamente imposible.

Y cuales son los papeles que desempeña un mentor? Nada más y nada menos que cuatro (transcribo en adelante un pasaje del libro). En primer lugar, el reconocimiento. Los mentores reconocen aptitudes y talentos en los que otros no se fijan, al tiempo que, nos ayudan a ejercitar nuestras capacidades. El segundo papel de un mentor es el de estimular. Los mentores nos llevan a creer que podemos conseguir algo que, antes de conocerlos, nos parecía imposible. No nos permiten sucumbir a la falta de confianza en nosotros mismos y están ahí para recordarnos que podemos lograr cualquier cosa si trabajamos duro. El tercer papel de los mentores es el de facilitar. Los mentores nos ofrecen consejos, nos allanan el camino e, incluso, nos permiten vacilar un poco; están dispuestos a ayudarnos, permitiéndonos aprender de nuestros errores. El cuarto papel de los mentores y quizás el más importante es el de exigir. Los mentores nos empujan más allá de lo que consideramos que son nuestros límites y nos impiden que hagamos menos de lo que podemos. Un verdadero mentor nos recuerda que nuestra meta nunca debe ser "el promedio" de nuestras ambiciones.

Dicho esto, solo me resta preguntaros algo... Habéis encontrado al vuestro? A los que sí, enhorabuena; dejaos guiar por él y seguid sus pasos. A los que no, ánimo; permaneced atentos, en algún lugar está esperando cambiaros la vida. Yo he tenido suerte, ya he encontrado al mío. 

domingo, 11 de mayo de 2014

Una semana con asturianos

Que los asturianos son gente "maja" no es ningún descubrimiento; basta cruzar el puente de Vegadeo para darse cuenta. Lo que más llama la atención es su exacerbado sentimiento patrótico (a alguno he oido decir "Galicia es la filial de Asturias") y el profundo conocimiento que poseen de la historia medieval (lecciones de la Reconquista). A los asturianos les encanta dibujar su bandera en todas partes, tienen vasos de "sidrina" en casa y disfrutan contando las aventuras del Rey Pelayo a cualquiera que tenga a bien escucharlos.

Una semana con asturianos es suficiente para familiarizarse con su curiosa forma de hablar, semejante en ocasiones al gallego (pueda ser por el elevado volumen), inteligible las más de las veces. Y es que los asturianos que conozco, hacen uso singular de las partículas interrogativas ("cualo" en lugar de "que"), colocan el pronombre al estilo galaico ("llamome" en vez de "me llamó") y degluten una parte del verbo estar ("taba" en lugar de "estaba"). Comienzan sus frases con un "nenu" y las terminan con un "ho". Cierran un grado las vocales y, de repente, todo acaba con la letra u. Las mozas y los "guajes" van aparte. Extraña lengua, el bable (dialecto para sociolingüistas, idioma para asturianos).

Una semana con asturianos es suficiente para conocer multitud de datos acerca de su comunidad, tanto geográficos (la playa más pequeña de España, Gulpiyuri) como histórico-pluviométricos (el año de la mayor sequía en la historia de Tineo); informaciones algunas, de dudosa aplicación. Una semana con asturianos es suficiente para conocer el laureado programa de la TPA "Al platu vendrás", y a sus grandes estrellas, Rey Pelayo (y, como no, su "morrillazu") y Chus Norris, con miles de followers en redes sociales.

Bastan siete días para darse cuenta que son los asturianos gente acogedora y sencilla; gente que ofrece su casa (su sofá o lo que se precie), gente que no teme al frío (y sale de noche en manga corta) ni teme tampoco al calor (aceite hirviendo), gente que no disimula y dice lo que piensa (en todo caso, gente sincera). Por todo eso, me permito la licencia de añadir un nuevo término al refranero; y es que, "quien tiene un amigo asturiano, tiene un tesoro".

domingo, 4 de mayo de 2014

Desde Lugo a Bilbao, yendo por toda la orilla

Recién llegada del País Vasco, tengo a bien parafrasear la célebre canción que, hace unos cuantos años ya, dio el salto de Euskadi a los karaokes nacionales. El título de tamaño hit me viene al pelo para ilustrar mi breve incursión en tierras vascas; allá donde las montañas son increíblemente verdes, las gentes resueltas y los "pintxos", una institución. He aquí mi humilde crónica sobre esa región, genuina tanto a nivel paisajístico como personal, que sin ninguna duda merece la pena visitar. Yo repito seguro.

En los tiempos que corren y dados los estratosféricos precios de los aviones en fechas señaladas, la mejor opción para llegar al País Vasco desde Galicia es la Autovía del Cantábrico. Si no disponemos de vehículo propio, cogeremos el ALSA, con paradas en "Casa Consuelo", Oviedo, Gijón, Santander y Laredo (la rima es casual). Siete horas de viaje, en las que alternar el visionado del paisaje con el de las películas/series/videoclips que tengan a bien proyectar en el autobús; breves cabezadas a parte.

Llegando a Bilbao, veremos edificios grises, fábricas y gran cantidad de grúas, constituyendo el esqueleto de una ciudad eminentemente industrial. Una vez en la estación, seremos testigos del bullicio característico de una gran ciudad. Porque si los gallegos hablamos alto, los vascos ya ni os cuento; extraordinario volumen de sonido y capacidad pulmonar, especialmente patente en espacios cerrados como bares y cafeterías. Prestaremos atención también a sus atuendos y peinados; con la pretensión de constatar la veracidad de ciertos tópicos (disculpas de antemano por la generalización que viene en adelante). Pero algo que he observado es que a los vascos les gustan la ropa deportiva y las botas de trecking, son amantes de los piercings y no temen teñirse el pelo de colores (señoras con el flequillo verde o naranja por ejemplo). Son también gente de carácter, que reinvidica lo que quiere, que piensa y se mueve con avidez (y que saluda con un afable "kaixo"); en todo caso, gente de noble corazón. Pues no hay nada más tierno que ver a un niño corriendo por la calle y gritando "Aita, espérame". En cuanto a San Sebastián, me resulta difícil de describir. Si es posible enamorarse de una ciudad, he de confesar que he sufrido un flechazo, pues Donosti lo tiene todo, una playa maravillosa (la de la Concha), sobrecogedoras esculturas (El peine del Mar), glamour en el ambiente (el del festival de cine) y deliciosos pasteles (con "ikurriña" incluida). Lo único que le falta es una estación de autobús en condiciones, eso sí.

Solo me resta por tanto, concluir con la frase puesta de moda a raíz de la película Ocho apellidos vascos. Y es que "Euskadi tiene un color especial". A lo que me permito añadir "eskerrik asko", que si bien he descubierto que significa "Gracias por su visita", refleja a la perfección el sentimiento que nos invade al viajar al País Vasco; que es como estar en casa de la "amatxu".