jueves, 31 de julio de 2014

Nómadas y mudanzas

Somos esclavos de nuestras cosas, incapaces de vivir sin objetos. Allá donde vamos, bolsas y maletas nos acompañan. Y no nos queda más remedio que cargarlas de un lado a otro; pues nadie sabe dónde y cuándo nos estableceremos. Nos desplazamos por motivos de trabajo, por estar cerca de los nuestros o para perseguir nuestros sueños. Y es que en la actualidad, la mayoría de personas somos nómadas. Nómadas como lo son las tribus africanas; con la salvedad de que nosotros somos prisioneros de nuestras posesiones y ellos, simplemente no tienen. Y por eso, son infinitamente más felices.

Las personas en el mundo occidental tenemos el hábito de acumular cosas a lo largo de los años; algunos más que otros, lo reconozco. Quizás lo hagamos para sentirnos seguros o por estar más a gusto, no lo sé. El problema surge cuando debemos cambiar de residencia y llevar con nosotros nuestras pertenencias. A la alegría por encontrar objetos que creíamos perdidos se suma la tristeza de deshacernos de otros que ya no nos sirven. Y es ahí cuando toca armarse de valor para discernir lo que es importante y lo que no. donde entra en juego el valor sentimental que damos a las cosas. Porque el objeto más feo del mundo puede ser al que más cariño tengamos, por el simple hecho de que alguien al que queremos nos lo haya regalado.

Es por eso que las mudanzas son de los acontecimientos más estresantes en nuestra vida; llegando a provocarnos incluso, cierto nivel de angustia al vernos sobrepasados por la situación. Las personas frente a los objetos, que parecen multiplicarse por momentos. Cuando no nos dan las manos y agarramos cosas con la boca. Vaciamos armarios y cajones. Metemos todo en bolsas y cajas. Lo bajamos con suerte en ascensor; y si no, a peso por las escaleras. Sudamos. Cargamos el coche y vamos “como los gitanos” (cero visibilidad por los cristales). Aparcamos cerca y descargamos. Dejamos las cosas donde cuadra. Y el dolor de espalda, nadie nos lo quita.

Sin embargo, hoy quiero pensar en las mudanzas como oportunidades para desprendernos de todos aquellos objetos que nos atan y que muchas veces no necesitamos. Estos objetos nos dificultan avanzar. Teniendo en cuenta lo incierto que es nuestro futuro en los tiempos que corren, aferrarnos a las cosas carece de sentido.  Porque cuando renunciamos a ellas, somos más libres. Alguien dijo una vez… “No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita”.

lunes, 28 de julio de 2014

Los hombres también sufren por amor

El amor masculino, ese gran desconocido. El amor según García Márquez. El amor como enfermedad y también como medicina. El amor en el siglo XIX. El amor en los tiempos del cólera. Una película, distinta a todas las demás. El amor visto por un hombre y transcrito por mi. Nada invento, promesa.

Hay hombres que necesitan amor y le ponen amor a todo lo que hacen. Hay hombres que sienten flechazos y se enamoran en un instante. Hay hombres que se angustian esperando una respuesta. Hay hombres que se reservan para una mujer especial y hombres a los que le rompen el corazón. Hay hombres que lloran y que no olvidan a pesar del tiempo y la distancia. Hay hombres que son utilizados por las mujeres e, incluso, despreciados. Hay hombres que cuestionan a las mujeres el significado del amor. Y hombres que creen en el amor dividido, el del cuerpo y el del alma (la frontera es la cintura).

Hay hombres que veneran a sus madres y con ellas se confiesan. Hay hombres que escriben poemas. Hay hombres que llevan la cuenta de las mujeres que pasan por su vida, recuerdan los detalles y los anotan en un diario. Hay hombres a los que les emociona que otros se amen; hombres enamorados del amor. Hay hombres que no se conforman con la intimidad, se sienten vacíos y necesitan algo más. Hay hombres que aman en silencio. Hay hombres que son felices cuando ella lo es. Hay hombres dispuestos a esperar más de cincuenta años por el amor de su vida.

El amor, en contra de lo que pensamos la mayoría, no es solo cosa de mujeres. Aunque os parezca mentira, en el siglo XXI, sigue habiendo hombres como Florentino Ariza. No son personajes de ficción ni tampoco fruto de la imaginación de una servidora. Son personas de carne y hueso; yo, conozco a varios. Y me consta, porque los he visto llorar, que sufren como los que más.

jueves, 24 de julio de 2014

Pon un gallego en tu vida

“Pareces gallego”, he oído decir en más de una ocasión. Y es que los gallegos somos un blanco fácil para los chistes en el resto de España, ya sea por nuestro acento o nuestra forma de ser. Alargamos las vocales, añadimos afecto a las palabras (con la terminación –iño/a) y nos indignamos cuando la gente no entiende el “y luego” o el “malo será”. Los gallegos tenemos fama de indecisos, de no expresarnos con claridad y de ser desconfiados por naturaleza. Intentaré matizaros hoy algunos aspectos al respecto, a nativos y foráneos; más que tópicos, idiosincrasia.

En Galicia, como en tantos otros sitios, el idioma cambia según la zona donde nos encontremos. En la costa tenemos lo que yo llamo “gallego mariñeiro”, caracterizado por el “seseo” y la “gheada” y un vocabulario amplísimo en lo que se refiere a pescados y productos del mar. A este nivel, no es lo mismo el gallego de las Rías Baixas que el de las Rías Altas, que difiere en la conjugación de los verbos y el acento (más marcado, en mi opinión, en la Mariña Lucense). En el interior, el gallego que se habla se parece más (al menos fonéticamente) al que nos enseñan en la escuela, con sus particularidades zonales y un vocabulario extenso en lo relativo a aperos de labranza y productos del campo. Gran diversidad léxica que hace las delicias de los propios gallegos; los del valle y los de la montaña.

En Galicia, existe pues una gran preocupación por la tierra, sobretodo en la generación de nuestros padres y abuelos. Las fincas (eidos, leiras, agros…) las delimitan los marcos (que no son otra cosa que piedras), que los vecinos desplazan a veces para ganar unos metros más de terreno. Con nocturnidad y alevosía, eso sí. Luego, la propiedad se cierra usando el somier de una cama las más de las veces. Y que viva el minifundio. Así es como nace la desconfianza que acompaña a los gallegos desde la cuna y se transmite de generación en generación. El conformismo o indecisión con los que se nos tilda, tienen su origen a su vez en nuestro carácter pacífico (siempre que no atañe a la tierra, repito) y también en nuestra perspectiva optimista de la vida “nunca choveu que non escampara”. A los gallegos no nos gusta el conflicto, por eso no “nos mojamos” en nuestras respuestas y salimos airosos de situaciones complicadas con un “depende”. Los gallegos no nos enfrentamos, aunque sí hablamos de los demás (sobre todo en el rural), siendo el tamaño de la aldea inversamente proporcional a la información que manejamos. Aunque eso no es un distintivo de los gallegos porque a todos nos gusta el cotilleo. O eso creo yo.

A pesar de todo, los gallegos triunfamos allá donde vamos. Nuestro acento cantarín agrada dentro y fuera de España, siendo de los más imitados. Despertamos la simpatía de la gente cuando entonamos “A Rianxeira” (“Ondiñas veñen” para los no gallegos). Tenemos un alto concepto de la familia y como miembros de la nuestra, tratamos a todos aquellos a los que permitimos formar parte de ella. Escépticos al principio, pero entregados al final. Los gallegos sabemos evadir lo que no nos interesa y nos implicamos en lo importante, en lo que compete al corazón. Y a pesar del apego a nuestra tierra, somos aventureros; la “morriña”, fuimos nosotros quienes la inventamos.

martes, 22 de julio de 2014

El credo del aventurero

Para conocer nuevos parajes, ampliar horizontes y comprender un poco mejor el mundo en el que vivimos, es necesario que abandonemos la comodidad del hogar y nos embarquemos en nuevas aventuras. Si queremos llenar nuestra mochila de grandes historias, hemos de estar dispuestos a pasar hambre, sed, frío o calor. A dormir en estaciones o aeropuertos (y a correr por ellos). A descuidar, en ocasiones, nuestra higiene personal. Todo ello para, en último término, aprender a discernir lo que es importante de lo que no.

El experto aventurero lleva consigo lo esencial, un bulto con las justas pertenencias. Es madrugador y poco escrupuloso, se ducha en cualquier lugar. No se agobia planificando la jornada, pide consejo a las gentes del lugar y simplemente se deja llevar. Viaja a lugares “atípicos”, donde van las minorías. No suele salir en sus fotos. Dice que sí cuando la gente le invita a algo. No le importa comer bocadillos o directamente, no comer (lo justo y necesario para sobrevivir). No suele quejarse. No cambia demasiado de ropa. Lleva chubasquero, nunca paraguas. No se cansa de caminar. Se para en un parque o en la calle. Duerme profundo al anochecer, se ha acostumbrado a compartir habitación.

Un aventurero inexperto lleva consigo todo tipo de cosas; aunque al final, no usa ni la mitad. Es trasnochador y sibarita, no se ducha en cualquier lugar. Planifica detalladamente la jornada, obedece a la guía y poco más. Viaja a lugares míticos, donde van las mayorías. Por supuesto, sale en sus fotos. Dice que no cuando la gente le invita a algo. Le gusta comer “de plato” y no puede pasar sin ello. Se queja con frecuencia. Cambia cada poco de modelo. Lleva paraguas, nunca chubasquero. Se cansa pronto de caminar. Se para en una cafetería o en un bar. Le cuesta conciliar el sueño, no está acostumbrado a los ronquidos de los demás.

Nadie dijo que ser un buen aventurero fuera fácil, es algo que requiere entrenamiento. El camino es arduo. Implica renunciar a muchas cosas, abandonar lo seguro por lo incierto. Pero la recompensa es increíble. Porque cuando aprendemos a despojarnos de lo material, nos enriquecemos en lo personal. Alimentamos nuestro espíritu y somos mejores personas.

lunes, 21 de julio de 2014

La opción B

Una buena amiga mía decía lo siguiente en relación a los exámenes tipo test... "Si no la sabéis, marcad la b". Con el paso del tiempo, descubrí que su teoría era bastante certera académicamente hablando. En caso de no saber, escoger la segunda opción entraña grandes probabilidades de éxito (al menos en veterinaria y siempre que no haya respuesta múltiple). No sucede lo mismo, sin embargo, sentimentalmente hablando; ya que, en caso de no saber, escoger la opción B (conocida vulgarmente como segundo plato), no suele ser una buena idea; existiendo altas probabilidades de fracaso en este caso. Intentaré explicaros a qué me refiero.

Las personas, como criaturas sociales que somos, necesitamos altas dosis de cariño para ser felices. Ese cariño lo buscamos en el entorno en el que vivimos, en las personas que están a nuestro alrededor. De ahí la famosa expresión "el roce hace el cariño"; que en otras palabras viene a decir que, el contacto directo con el otro resulta indispensable para llegar a quererlo. Por otra parte, las personas nos apoyamos en aquellos que tenemos a nuestro lado y no, a cientos o miles de kilómetros de distancia (aunque los tengamos muy presentes y nos acordemos de ellos). Lo más probable es que estas personas vayan cambiando a lo largo de la vida, a medida que forjamos nuestro propio camino; lo cual no significa tampoco que nuestras relaciones fueran circunstanciales. Es algo lógico y natural, el cauce normal de las cosas.

Sin embargo, el hecho de que cubramos nuestras necesidades de cariño con las personas con las que convivimos no implica que no debamos hacerlas sentir especiales. "Comparto mi tiempo contigo porque me gustas o porque te quiero". Y no, "comparto mi tiempo contigo porque estás por aquí y te tengo a mano". No es justo ni recomendable, suplir con una persona el vacío que sentimos al no poder tener a otra. Porque todos somos únicos e irrepetibles y, por lo tanto, irremplazables. Y como tal, merecemos ser tratados. Cuando alguien nos quiere de verdad, acude a nosotros en primer término; nos elige en medio de la multitud. Con sus actos, nos demuestra que somos una prioridad en su vida; y no, un plan alternativo para huir de la soledad. No sé si me explico.

En mi opinión, quedarnos con la opción B nos acaba conduciendo a la infelicidad; a unos y a otros. A la persona que la escoge, pues siempre se sentirá insatisfecha al no poder acceder a la opción primera, intentando vacuamente sustituirla por la segunda. Y a la persona que se conforma, pues habrá renunciado a ser tratada de forma especial y prioritaria, que es lo que todos merecemos. Mi humilde consejo es entonces ni hacerlo ni aceptarlo. Cuando queremos de verdad a una persona, una sola opción existe... La opción A.

jueves, 17 de julio de 2014

De ruta pola Terra Chá

Que a provincia de Lugo ten fermosos paisaxes, non é ningunha novidade. Castiñeiros e piñeiros, gando e pacas de feio nas ladeiras das montañas. Ar limpo. Lugares de difícil acceso. Un café tras outro. Xente acolledora e moi agradecida. As marabillas da profesión veterinaria, rabaños de ovellas, cans e pastores. Experiencias e persoas que quedan no corazón. A Terriña Chá. O seu encanto. E hoxe, teño ganas de contárvolo en galego.

A xornada comeza cun café xunto ao Mosteiro de Samos. Pola mañá cedo, só atopamos peregrinos. Rumbo a Triacastela. Chegamos a casa de Soledad, que nos convida a outro café. Poñemos as botas. O seu fillo levános nunha camioneta onde están as ovellas (inaccesible para o noso vehículo); imos dando choutos polo camiño, coa ventanilla pechada para non tragar po. No curuto, o sol peta forte. As vistas son increíbles. Pelexamos coas ovellas para que non fuxan do curro. Sacamos as botas. Voltamos a cociña de Soledad. Tomamos ameixas fresquiñas e o devandito café (só e de pota), iso que non falte.

Montamos no coche. Voltamos a Samos. Quedamos con Pío, tallante e gandeiro, na súa carnicería. Convídanos a comer. Mándanos a Remigio para suxeitar as ovellas para "chapear". Poñemos as botas, facemó-lo traballo, sacamos as botas. Tomamos unha cervexa fresquiña nunha terraza antes de ir comer. Disfrutamos da sombra. Acudimos a cita con Pío e a súa señora, excelentísima cociñeira. Embutidos da casa, tortilla, "filete do carniceiro"; e a repetir unha e outra vez. A señora "non porfía ás mulleres", aos homes sí... "non deixedes a vergoña". Queixo e membrillo; e para rematar, outro café. Tamén algún dixestivo, non vos vou enganar.

Montamos outra vez na furgoneta, esta vez, fartos coma bois. Dirixímonos á última explotación do día. O nome do propietario, esquecíno. Cando chegamos, xa agardan por nós. O avó, o neto e mailo seu amigo. Poñemos as botas. Recollemos sangue e merda. Sacamos as botas. Parolamos co home; que aos seus 94 anos, conserva as súas facultades intactas (físicas e mentais) e ten corda para un bó anaco. Despídese de min dicindo... "Nena, ten conta cos ourensáns". Arríncame un sorriso, recórdame a meu avó. Quen chegara así a súa idade. Os rapaces fan realidade un dos meus soños, montar en tractor. Fico feliz e moi agradecida. Antes de retornar a Lugo, outra cerveciña a carón do Mosteiro.

Un día inesquecible, que agardo repetir pronto. A boa vida do veterinario do rural galego. Un sitio privilexiado na mesa. Un café alá onde vai. Noticias e historias dos veciños. O cariño e a gratitude da xentiña lucense. Eu, a todos eles, só podo dicirlle unha cousa: GRACIÑAS.

martes, 15 de julio de 2014

Esa cobardía de mi amor por ella...

Así lo cantaba Chiquetete, icono de la música gitana al que me gusta escuchar de vez en cuando. Y es que uno de los valores más arraigados del pueblo gitano es el del honor que, desgraciadamente, ha caido en desuso en el mundo en que vivimos. Las personas ya no saben lo que es la lealtad; o lo que es lo mismo, asumir las responsabilidades de sus actos frente a terceros. Ser valientes, dar la cara y explicar sus sentimientos frente a frente. En este caso, me centraré en el hábito masculino (por lo que parece bastante común) de acabar con una relación a través de Whatssap o mensaje de texto. Ni siquiera una llamada telefónica. La calidez de la voz sustituída por la implacable frialdad de una pantalla.

Lo mejor de hacer las cosas de forma correcta es la sensación de poder ir por ahí con la cabeza bien alta, sin remordimientos. Cuando expulsamos a alguien de nuestra vida, no le damos la oportunidad de reprocharnos nada. Sin embargo, hemos de tener en cuenta que, aunque dicha persona desaparezca y no volvamos a verla, el cargo de conciencia por no haber hecho las cosas como deberíamos, persiste. Y eso es algo que nos acompaña siempre; una carga muy pesada para llevar a nuestras espaldas. Aunque también los hay que carecen de escrúpulos y esto, les resulta indiferente. Con ello no quiero decir que no podamos equivocarnos o cambiar de opinión, ni mucho menos. Así somos los humanos de impredecibles. La diferencia, por tanto, radica en cómo lo gestionamos; siendo egoístas y pensando únicamente en nosotros mismos o solícitos, poniéndonos en la piel del otro para intentar así minimizar el daño.

Algo que he pensado siempre es, que el hecho de no atreverse a dar la cara y esconderse tras un teléfono, implica ser consciente de que se ha hecho algo mal. Y lo que es peor, ser incapaz de reconocerlo, mirando al otro a los ojos. Cuando nos comprometemos con alguien, firmamos un contrato de lealtad con esa persona. No hablo únicamente de fidelidad; sino de la responsabilidad que asumimos para con el otro. La responsabilidad, en este caso, de decirle frente a frente que ya no la queremos en nuestra vida o que hemos dejado de sentir lo mismo si esto sucede. Son cosas que pasan y hemos de normalizarlas, porque hablando se entiende la gente. Y yo creo que si hemos querido a alguien de verdad, eso se lo debemos.

En este punto, la lógica de mi razonamiento me lleva a pensar que quien obra de esta manera, no se preocupa en absoluto por el otro (o incluso que nunca lo ha querido). Pues si lo hubiese hecho, no asumiría semejante actitud. A pesar de ello, conservo la esperanza; entiendo que los hombres no le dan tanta importancia a este tipo de cosas y no obran con intención de hacer daño. Lo que sí me gustaría, es que los hombres entendiesen a su vez, cómo estos actos afectan a las mujeres; haciendo que se cuestionen sentimientos pasados o lo que es peor, sumiéndolas en un profundo dolor.

A modo de conclusión, añadiré algo. Nuestros sentimientos cambian y a ellos debemos ser fieles; pero debemos igualmente actuar de forma empática, teniendo en cuenta los de los demás. Porque hacer bien las cosas no cuesta nada. Y al final, todos nos sentimos mejor.

lunes, 14 de julio de 2014

Desmontando mitos masculinos

No todos los hombres son iguales; aunque en muchas ocasiones las mujeres así lo crean. A pesar de que existan tendencias comunes entre los miembros del género masculino (dada la combinación de biología y socialización), hay una gran cantidad de hombres, que llamaremos "distintos" al resto. Y no me refiero con ello a los hombres sensibles o románticos; a los "príncipes azules"; esta vez, iré más allá de los tópicos desgastados. La descripción que os ofrezco en adelante es fruto de años de observación y de las respuestas de algunos hombres a los que he encuestado a lo largo de mi vida. Los resultados seguramente os sorprendan.

Hay hombres que, en vez de cortejar, prefieren ser cortejados. Hartos de ser ellos quienes den el primer paso, ejecutan con maestría el juego de la seducción. Les gusta hacerse los interesantes, usar la ironía y tener siempre el control de la situación. Hay hombres que saben utilizar los dobles sentidos. Hay otros hombres a los que le gusta provocar a las mujeres, solo por el hecho de sentirse deseados, sin ningún otro propósito (en palabras de una buena amiga, "microondas"). Existen también hombres que anteponen su orgullo a sus instintos. Además, hay hombres a los que le gustan las cosas difíciles y no, que se lo den todo hecho; pues prefieren emplear su ingenio, algo que les estimule el intelecto (y no, la entrepierna).

Hay hombres a los que la cara les importa más que el cuerpo; pues se fijan en primer lugar en los ojos o la sonrisa. Hay hombres que perciben el encanto de las mujeres más allá de la sola belleza física; sumando al atractivo, el carácter o la actitud. Existen muchos hombres que prefieren el trasero a la delantera; y escogen antes un legging ajustado que una minifalda. Hay hombres a los que le gustan las mujeres sin curvas; y muchos, que prefieren a las morenas en vez de a las rubias. Hay hombres que emplean piropos elaborados y no, los clásicos de siempre. Mis favoritos, los que atañen a los dientes.

Aunque cueste creerlo, los hombres dedican tiempo a pensar en las relaciones; otra cosa es que lo reconozcan. Hay hombres que se preocupan de cómo sus acciones repercuten en los demás; hombres que piensan antes de actuar. Hay hombres que usan la cabeza; hombres que manejan las situaciones difíciles con delicadeza. Pero si algo he aprendido, sin embargo, es que la mayoría de hombres no son tan simples como nos quieren hacer creer. Más bien todo lo contrario. Son seres tremendamente complejos, incapaces en muchas ocasiones de entenderse a sí mismos. Aunque a este nivel, las mujeres ganan la batalla.

domingo, 13 de julio de 2014

It must have been love

Dicen por ahí que "el primer amor nunca se olvida". Algo con lo que estoy de acuerdo y a lo que me permito añadir "se aprende a vivir sin él". El primer amor es un acontecimiento muy importante en la vida de las personas, ya que abre las puertas a un mundo de posibilidades en lo que se refiere a relaciones personales. Sentir mariposas en el estómago, ponernos nerviosos, hacer locuras, obrar de forma inconsciente o quedarnos sin palabras. Descubrir una nueva faceta de nosotros mismos. Tildar a los enamorados de locos o pensar que es cosa de las películas. No lo entendemos hasta que nos pasa.

El primer amor suele ser muy apasionado y llega cuando menos lo esperamos. Una noche de fiesta o en la parada del autobús, cuando tiene lugar el ya clásico "flechazo". Llamádme ilusa, pero yo creo que ocurre en la vida real (cada segundo en el mundo, millones de veces). Vemos a esa persona a cámara lenta, brillando con luz propia (al menos así la percibimos). Perdemos la noción del tiempo y el espacio en su presencia. No dormimos por las noches ansiando el próximo encuentro. Tenemos la sensación de que es a él o a ella a quien llevábamos tanto esperando. Creemos que jamás podremos vivir sin él. Y lo más probable es que lo hagamos; entonces, el primer amor no es el amor de nuestra vida. En caso contrario, tendríamos que replanteárnoslo.

En este punto, recurro a una frase que ha llegado a mí recientemente, y es que "la primera vez se ama más, pero la segunda se ama mejor". Si bien es cierto que el primer amor es muy especial, los que vengan después pueden serlo todavía más. Al primer amor solemos idealizarlo porque no tenemos con qué compararlo; creemos que es perfecto y frente a él, nos mostramos vulnerables. Pero lo superamos. Y los amores que puedan llegar después los vivimos de forma más realista, con un cierto vagaje; los concebimos como imperfectos y frente a ellos, nos mostramos cautos. No quiere decir tampoco que no nos entreguemos; solamente que tenemos más presente el miedo a perder o equivocarnos.

Para terminar, quiero compartir con vosotros una frase que he encontrado en la red. "En la vida, hay tres amores: el primer amor, el amor imposible y el amor de nuestra vida". Al leerla, me ha asaltado la siguiente duda... Pueden los tres encarnarse en la misma persona? Yo, no tengo la respuesta. Porque si bien es probable que la gran mayoría nos hayamos enamorado al menos una vez (correspondidos o no) o que tengamos amores platónicos (famosos o anónimos); solo unos pocos habrán encontrado al amor de su vida (o como dicen los americanos, "the one") y menos aún, permanecerán con él para siempre. Supongo que, como con todo, lo sabremos cuando nos pase.

sábado, 12 de julio de 2014

Retratos ecuestres

Un sábado diferente; mi padre, yo, caballos y bocadillos de jamón. Un buen día para una buena reflexión. Y es que, los caballos son muy distintos al resto de los animales. Grácil es su anatomía, elegante su paso, sobrio su carácter y férrea su voluntad. Un animal al que podemos domar pero jamás doblegar; un animal capaz de emocionarnos y desafiarnos; de darnos la vida con una mirada o quitárnosla con una coz. Un espíritu libre e impredecible; una criatura imposible de olvidar. Un ser humano en forma de animal.

Los caballos los hay de muchos tipos; mestizos o de raza; blancos o negros, baratos o caros. Hasta ahí, nada que no sepáis; cosas que podemos aprender gracias a los libros, tratantes y ferias ecuestres. Como siempre, a mí me gusta ir un paso más allá. Y es que cada caballo tiene una personalidad propia; una forma de comunicarse, un vínculo especial con su jinete. Cuando hombre y caballo son uno, en lugar de dos. El cine nos ha dado buenos ejemplos; Seabiscuit, Perdigón, Hidalgo, Spirit o Sombragris. Y otros muchos que ahora mismo no recuerdo. Cuando el caballo es capaz de entregar su vida para salvar la de su jinete. Un acto de lealtad profunda que nos conmociona; ya que, por mucho que los amemos, ellos siempre aman más.

Hace ya unos cuantos años, tuve el placer de conocer a unos caballos muy especiales, que hoy he decidido recordar y presentaros. Ellos cambiaron mi vida y siempre permanecerán en mi memoria.

Talismán era un caballo tordo, tan sabio como resabiado. Procedente del mundo del rejoneo y con pánico atroz a bóvidos domésticos o salvajes. Increíblemente asustadizo y de corazón noble, jamás pisó a su jinete cuando este yació en el suelo. Se cuadraba y esperaba a que se levantase. Talismán murió de viejo.

Tango era un caballo alazán, extremadamente curioso y cariñoso. Procedente de una hípica y con gran predilección por los niños. Juguetón y dócil a partes iguales, se ponía de rodillas para que montase su jinete. A Tango le encantaba lamer y tirar con los dientes de la solapilla al personal. Tango fue llevado a Valladolid y ahí le perdí la pista. No pude despedirme, aunque a menudo sueño con él.

Duque era un caballo percherón, tan fuerte como obediente. De procedencia desconocida; comprado a un tratante. A veces tranquilo, a veces impetuoso, le encantaba galopar sin silla. Apenas cabía en la cuadra. Duque desapareció un buen día; sospecho que fue llevado también a Valladolid.

Cuca y Moro eran dos caballos mestizos la mar de amigables. Pertenecían a alguien que quiso desahecerse de ellos antes de que yo los conociese, sin más. Tan pequeños como simpáticos, se paseaban alegremente por ahí y nunca negaban a nadie el montarse encima. No requerían riendas y caminaban a la par. Cuca y Moro fueron vendidos a otra familia, a la que seguro llevaron mucha felicidad.

Jaleo era un potrillo negro, que acabó convirtiéndose en un caballo espectacular. De carácter huidizo e independiente, no resultó nada fácil que se dejase montar. No le gustaba que le diesen cuerda. Se daba la vuelta cuando alguien asomaba la cabeza. No aceptaba heno de desconocidos. Jaleo fue vendido a un vecino; creo que sigue por el lugar.

Silencioso As era un caballo español de los que quitan el aliento; campeón de doma clásica. Más hábil el caballo que el jinete, eso sí. Le encantaba revolcarse en la arena y lamer su piedra de sal. Disfrutaba cuando lo llevaban por ahí; aunque costaba trabajo cargarlo en el remolque. Silencioso As estuvo a punto de morir de cólico. Le perdí la pista hace un tiempo, no me cabe la menor duda de que sigue en competición.

En fin... Cada uno tiene sus debilidades. Os imagináis cual de ellos era la mía?

jueves, 10 de julio de 2014

Tiritas para el corazón partío

Superar un desamor es muy difícil, no os voy a engañar. Pero no es imposible. Es algo que no sucede de un día para otro por mucho que así lo deseemos. Aunque pensamos fervientemente en borrar a esa persona de la memoria, no somos capaces. Algo que es absolutamente normal dadas las circunstancias; por lo cual, no debemos desesperar. Algunos dicen que se necesitan tres meses por cada año de relación para superar el desamor y pasar página. Y es que, para muchos terapeutas, este equivale a la muerte; ya que, tras una ruptura el duelo que experimentamos es el mismo que tras la pérdida del ser querido: lo negamos; nos enfadamos; pactamos; nos deprimimos y nos resignamos. No nos queda más que reformular nuestra vida sin esa persona en ella.

El dolor que produce un desamor es indefinible; solo conocido por aquellos que lamentablemente han pasado por dicha experiencia, la del abandono por parte del ser amado. El sufrimiento a este nivel es desgarrador; el alma se rompe en mil pedazos, nos sentimos perdidos y confusos; una parte de nosotros mismos perece en soledad. Se trata, por tanto, de un shock emocional para el que nunca estamos preparados, para el que no nos da tiempo de poner en marcha recursos personales de afrontamiento. Sucede sin más. Y entonces la mente revive el pasado de forma permanente, recordando los buenos momentos e intentando buscar una explicación a lo sucedido. Aparecen interrogantes y sentimientos de culpa, ya sea propia o ajena. Tomamos conciencia de haber sido tratados de manera cruel e injusta; nos sentimos miserables. Y nada ni nadie es capaz de ofrecernos consuelo.

La primera fase de negación funciona como un amortiguador que nos permite asimilar paulatinamente la inesperada noticia. En la segunda fase, nos invaden la ira, el rencor y el resentimiento; en casos extremos, surgen ideas de venganza. La tercera fase o de pacto la podemos abordar de muchas maneras; desde construir una buena amistad pasado el tiempo a cortar radicalmente la relación y jamás volver a vernos (o conservar la esperanza de una segunda oportunidad). En la cuarta fase, los sentimientos anteriores dan paso a una profunda depresión, pues la sensación de pérdida es inmensa, al igual que el vacío existencial en el que estamos sumidos. En la quinta y última fase, sobreviene la aceptación (o más bien resignación), que tiene lugar de forma más o menos feliz en base a la severidad del sufrimiento. Confiamos en que "el tiempo es el único remedio". Y así es.

El desamor es una experiencia muy personal; que depende del grado de enamoramiento, de la conexión con la pareja y de las expectativas de futuro de cada uno de sus miembros. No es lo mismo abandonar que ser abandonado. No es lo mismo cerrar una relación y esperar un tiempo hasta restablecerse que enlazarla con otra. Porque no siempre "un clavo saca otro clavo". Pero lo que sí tengo claro, es que "amor se cura con amor", ya sea el de nuestros amigos, el de nuestra familia o, quizás en un futuro, el de una nueva pareja. Como siempre, el amor es la medicina para todos los males.

miércoles, 9 de julio de 2014

Si dejas de buscar amigos perfectos, encuentras amigos verdaderos

Un chico me dijo una vez que una de las cosas que más dice de las personas es cómo tratan estas a sus amigos; una simple reformulación del viejo dicho "dime con quién andas y te diré quien eres". Con el paso del tiempo, me he dado cuenta de la veracidad de tal afirmación. Y es que no hay mejor forma de conocernos a nosotros mismos que a través de los ojos de nuestros amigos; ellos nos hacen ver en qué fallamos; y nos quieren por las cosas que hacemos mal, por nuestros defectos y no, por nuestras virtudes (aunque las valoren en grado sumo). Siendo así la amistad, el más desinteresado de todos los sentimientos.

Enumerar las caracteristicas de un buen amigo es un arduo trabajo; todo depende del concepto que tenga cada uno de la amistad. Yo, personalmente, tengo claro cuando es verdadera; y os daré algunas pistas más adelante. Por otro lado, los conflictos que a veces tienen lugar entre supuestos amigos radican en las diferentes formas de concebir este sentimiento de unos y otros. Ni mejores ni peores, solamente distintas. Se trata pues de qué conlleva ser un buen amigo para cada persona, sus implicaciones y expectativas; aunque nunca, obligaciones. He ahí la clave.

Un buen amigo nunca exige nada; ni mensajes ni llamadas. No se enfada si no obtiene respuesta; pues sabe que tarde o temprano ha de llegar. Un buen amigo se preocupa por nosotros pero jamás se entromete en nuestra vida; nos da consejos; al tiempo que, nos permite cometer nuestros propios errores. Cuando esto ocurre, está ahí para consolarnos, sin hacernos el más mínimo reproche. Un buen amigo nos escucha pero jamás nos fuerza a decir algo que no queremos. Un buen amigo no indaga; simplemente, lee entre líneas.
Un buen amigo respeta nuestro espacio y no lo invade sin ser invitado. Un buen amigo no pide explicaciones porque no las necesita. Un buen amigo entiende nuestra esencia y la acepta sin cuestionarla. Un buen amigo es aquel que nos critica de frente y nos defiende a nuestras espaldas.
Un buen amigo permanece a nuestro lado cuando nuestra pareja nos abandona. Un buen amigo conoce a nuestra familia y es probable que haya dormido en nuestra casa en alguna ocasión. Un buen amigo es consciente de cómo somos porque sabe de dónde venimos.

Así es como yo concibo la amistad, como una forma de "apego seguro", que no requiere un "feedback" constante para mantenerse (no quiero decir tampoco que no haya que alimentarla). No importa que nos olvidemos de su cumpleaños ni que pasemos meses sin hablar o años sin vernos. Tampoco importa que en ciertos momentos podamos "defraudarlo" o que no le contemos absolutamente todo lo que nos pasa. Porque un buen amigo estará ahí por siempre. Y la razón es bien sencilla: porque nos quiere.

martes, 8 de julio de 2014

Fue bonito mientras duró

Las relaciones son como los seres vivos: nacen, crecen, se reproducen (esto es, dan sus frutos) y mueren. No duran para siempre; su existencia, al igual que la del resto de criaturas vivientes, es finita. Ya sea por incompatibilidad de caracteres, por aburrimiento, por la imposibilidad de estar en dos sitios a la vez, por una discusión absurda o simplemente porque se acaba el amor. Las relaciones que perduran en el tiempo constituyen, por tanto, la excepción que confirma la regla (aunque haberlas, hailas); por increíble que parezca en los tiempos que corren.

Lejos de mostraros una visión catastrofista de las relaciones, me gustaría haceros reflexionar sobre algo de lo que estoy plenamente convencida. Y si el hecho de que seamos tan felices con una persona está ligado a que sabemos que nuestra relación tiene fecha de caducidad? Eso es lo que nos empuja a disfrutar de cada momento como si fuese el último, a sentirnos plenos, a exprimir los pequeños placeres del día a día y a vivir el presente sin preocupaciones. En mi opinión, eso es felicidad. El problema surge, por tanto, cuando nos vemos inmersos en la monotonía, nos sentimos vacíos, no prestamos atención a las cosas pequeñas y nos obsesionamos con un futuro que no podemos controlar (haciendo planes que seguramente se irán al traste).

Las relaciones tienen una duración muy variable, desde una sóla noche hasta muchos años. La mayoría de las veces nacen por casualidad; aunque, en ocasiones, forcemos al destino para que lleguen a materializarse. Se alimentan del intercambio de gustos y opiniones y del tiempo que pasamos juntos (lo que vulgarmente llamamos "conocerse"). Si la relación no se nutre en esta fase, muere al poco tiempo; pudiendo haber dado frutos o no. Cuando digo frutos, me refiero a un gran número de cosas, desde proyectos en común hasta un mayor conocimiento de nosotros mismos (al que accedemos a través de la otra persona). Sea cual sea el final, algo bueno siempre queda. Una muesca en nuestra vida. Un recuerdo en la memoria. Una persona a la que tenemos cariño.

Por otra parte, un pensamiento muy extendido entre las personas es que "lo que no dura, no es de verdad". Algo con lo que estoy en profundo desacuerdo. Por ejemplo, el superar pronto un desamor no significa no haber querido a la otra persona; simplemente, mirar hacia delante y afrontar la vida con optimismo. Lo que importa a este respecto no es la cantidad, sino la calidad. No olvidemos que ciertas personas nos aportan en solo unos minutos mucho más que otras en toda una vida. Y eso es algo maravilloso, que debemos aprovechar. Es por eso que, una relación que dura un día puede ser más intensa que otra que dure un año (e igual de verdadera).

El ser consciente de que lo que empieza tiene un final, no debe frenarnos a la hora de entregarnos al otro, de compartir nuestros secretos o llegar a enamorarnos. Quien pondera el sentimiento a este nivel? No es justo que renunciemos a las relaciones; por el hecho de que no las vayamos a tener por siempre. Es mucho lo que perdemos en ese caso: darnos cariño, sentirnos conectados, acumular experiencias, aprender de los demás y de nosotros mismos, forjar nuestros recuerdos y construir nuestra propia vida.

lunes, 7 de julio de 2014

Ser o no ser profesor

Los seres humanos aprendemos por imitación, eso lo sabemos. No somos más que simios evolucionados. En nuestras casas, copiamos a nuestros padres. Y en el colegio, a nuestros profesores. Esas personas que amamos u odiamos, que nos estimulan intelectualmente o nos hacen la vida imposible. Personas que, de una u otra forma, dejan una huella imborrable en nuestras vidas. A los que deseamos encontrarnos pasado el tiempo o jamás volver a ver. Eso depende, del profesor y del alumno. Y de la fase de vida académica en la que nos encontramos.

Los profesores del colegio nos marcan para siempre. Nos inician en la vida estudiantil (tierna infancia). Los respetamos. Los llamamos don y doña tal. Nos conocen y nos llaman por el nombre. Nos limpian los mocos. Nos acompañan al baño. Nos abrochan el mandilón. Nos castigan mirando a la pared cuando nos portamos mal. Nos sacan a la pizarra. Nos acompañan cuando nos ponen la inyección del sarampión. Juegan con nosotros en el recreo. Son generalistas; imparten todo tipo de materias, desde educación física a "coñecemento do medio". Cuando el profe de música es el mismo que el de inglés. Y tanto nos enseña a tocar la flauta como el abecedario anglosajón a ritmo de canción (A, B, C, D E, F, G... sing the alphabet with me).

Los profesores del instituto nos preparan para la vida. Nos aguantan en la edad del pavo. Algunos no son tratados con el respeto que merecen. Los llamamos por el nombre. Los admiramos y en ocasiones, tememos. Nos preguntan por nuestros problemas. Nos felicitan por nuestros logros. Nos castigan echándonos del aula. O nos mandan al despacho del jefe de estudios. Nos sacan a la palestra a decir la lección. Nos llevan al médico cuando nos encontramos mal y también de excursión. Se olvidan de nosotros en los recreos; emocionados como estamos por poder salir del recinto. Son especialistas, desde filosofía a economía, pasando por griego y latín; ciencias puras, de la salud, sociales o humanidades; según itinerarios. Y, para terminar por todo lo alto, la selectividad.

Los profesores de universidad nos abren las puertas al mundo laboral (o al menos, eso pretenden). Nos reciben como adultos, presuntamente hablando. Algunos son ignorados y otros laureados. Algunas veces no nos conocen; otras, más de lo que pensamos. Normalmente, los llamamos de usted. Los tratamos manteniendo las distancias; más cercanos, en la revisión. Nos lanzan preguntas que casi nunca sabemos o no nos atrevemos a responder. No nos castigan; simplemente, nos suspenden o nos premian con matrículas de honor. Nos proponen becas de colaboración. Son expertos; docencia e investigación, tareas que algunos cumplen de forma satisfactoria y otros, no. Cerrar actas y, si acaso, reclamación.

Enseñar es, en mi opinión, uno de los trabajos menos valorados que existen, pudiendo ser de los más gratificantes si se hace bien. Un buen profesor es, en mi opinión, aquel que contagia su entusiasmo por lo que enseña, que explica y exige a partes iguales, que hace exámenes para aprobar (y no para suspender) y que se alegra de que el alumno lo logre. Pues el triunfo del alumno ha de ser el triunfo del profesor; lo mismo para el fracaso, excluyéndose de tal afirmación vagos, jetas y demás caraduras (de todo hay en la viña del Señor). En cualquier caso, a mi modo de ver, "profesor se nace y no se hace". Lo que algunos llaman don.

domingo, 6 de julio de 2014

Diario de... Gay Pride

1000 kilómetros, 12 horas en autobús, pitidos en los oidos y un profundo cansancio. El precio a pagar por acudir a una de las celebraciones más multitudinarias y emblemáticas de nuestro país, el Orgullo Gay de Madrid. Una experiencia increíble, unos festejos altamente recomendables. Locales y extranjeros, banderas de colores, estilismos imposibles, tecno a todo volumen, famosos en carrozas, escaparate de hombres y, ante todo, buen rollo en el ambiente. La vida en la capital se detiene para recordarnos que "Amar no es delito", uno de los eslogans más aclamados durante desfile y manifestación (y uno de mis preferidos).

Viaje de ida. Compañero de asiento, joven en chándal mirando de reojo la revista In touch que porto entre mis manos (alto interés en el "bikinazo" de portada). Conversación "en clave" con su novia, sin percatarse de que soy consciente de que se refiere a mí. Foto tierna de pareja en su móvil. Qué bonito es el amor.
Parada estratégica en Villalpando (provincia de Zamora). Primer travesti en los baños. Pánico en el túnel de Guadarrama (que se lo digan a Stallone). Tráfico en Las Rozas. Pasajera enajenada hablando por el móvil. Desembarco en la estación. Calor en el cercanías. Un par de cañas en una terracita y un paseo nocturno por Carabanchel (el barrio de Manolito Gafotas, por si no lo recordáis).

Jornada de festejos. Por la mañana, rastreo de tiendas de segunda mano en busca de customización. Gangas increíbles. El bulle bulle del barrio. Señores que dicen "por ahí mismo, maja". El madrileño de a pie. Por la tarde, lleno general. De Atocha hasta Colón, Madrid se viste de color. Purpurina, pestañas postizas, pelucas, cuero; ningún tipo de pudor. Percusión y catarsis general. Besos en el aire, gestos cómplices y fotos por doquier. Cero complejos, semidesnudos y desnudos. Cuerpos esculturales y también poco estructurados. Guiños de ojos y juegos de confusión. Heteros infiltrados, heteros "acechados". Momentos de peligro y mujeres a modo de salvoconducto. Love is in the air.

Viaje de vuelta. Compañero de asiento, venerable anciano burgalés con el que intercambio impresiones de fin de semana (alto interés en mis ocupaciones). Yo le digo... "tengo muchas ganas de ver la catedral de Burgos, dicen que es muy bonita", a lo que responde... "eso dicen, aunque yo no soy mucho de misa ni de curas". Reprimo una carcajada. Tierna despedida de su sobrina. Repito, qué bonito es el amor.
Regreso en autobús, viajando con ALSA everywhere. Anamnesis general. Balance de la experiencia. Vuelta a la realidad. Mañana hay que trabajar. Recibo un sms que me hace sonreír. Arrastro los pies y me retiro a descansar. Muy ORGULLOSA, eso sí.

jueves, 3 de julio de 2014

Una extraña clase de hombre

La inspiración me llega hoy en el laboratorio; seleccionando sueros de cabras para pruebas de toxoplasmosis. Con las yemas de los dedos heladas por sacar tubos eppendorf del congelador. Os preguntaréis por qué os cuento esto; no viene a nada, es cierto. Pero ya sabéis como trabajan las musas; nos asaltan cuando menos lo esperamos. Y aunque lo que voy a describir en adelante pueda parecer fantasía o ensoñación, os aseguro que es real.

Existe una extraña clase de hombre al que no le gusta que las mujeres se maquillen y se pongan tacones. Prefieren la belleza al natural (o al menos eso dicen); aunque sienten predilección por rubias voluptuosas y de labios carnosos (véase Marilyn Monroe o Scarlett Johansson). A lo que yo añado, siendo hombre, quien no; en los genes está (pelo rubio, mayores niveles de estrógenos, mayor fertilidad). 
Esta extraña clase de hombre es extremadamente observador; una capacidad de la que la mayoría del género masculino carece; presta atención a los cambios de peinado, a la raya del ojo y a la combinación de la ropa (incluidos los colores). Esta extraña clase de hombre es pulcro y cuidadoso en los detalles.
Esta extraña clase de hombre es hábil en la comunicación, posee un elevado gusto estético; sabe discernir lo que pega de lo que no. Siente inclinación al cotilleo; le gusta tener información y saber qué piensan de él. Esta extraña clase de hombre tiene el don de la palabra y maneja la ironía mejor que cualquier mujer. Esta extraña clase de hombre posee dotes de organización, siendo capaz de hacer varias cosas a la vez (modo multitasking ON). Esta extraña clase de hombre disfruta con la conversación. Y en contra de lo que seguramente estaréis pensando, esta extraña clase de hombre es heterosexual.

Es bien sabido que nuestro carácter y personalidad están determinados biológicamente y también se ven influenciados por el entorno. Al margen del cromosoma Y y de la testosterona, existe un componente educacional que, en ocasiones, coarta la libertad del hombre para ser como le gustaría ser. Por eso, la mayoría de ellos evitan llorar en público (uno de tantos ejemplos).

A los hombres se los tacha normalmente de fríos o poco sentimentales; cuando la realidad es que ellos utilizan la parte más emocional de su cerebro para gestionar sus recuerdos; y se olvidan de los detalles (que la mujer retiene y con frecuencia estigmatiza) pero jamás de la esencia. Son, por tanto, mucho más sensibles de lo que pensamos (cierto es que algunos rompen estrepitosamente la tendencia); aunque la gran mayoría, se niegue a aceptarlo. Esta extraña clase de hombre, sin embargo, permanece fiel a su naturaleza al tiempo que vive al margen de la convención social. No es un bicho raro, solamente un hombre especial.

miércoles, 2 de julio de 2014

Celebrar el cambio

"Lo único que permanece constante es el cambio", Heraclito en la Grecia presocrática. "Nada es para siempre", el grupo Cómplices en los 90 (sintonía de aquella serie tan "palera" que, a día de hoy, muchos nos avergonzamos de haber visto). "All good things come to an end", Nelly Furtado en los años 2000 (también en castellano). El mensaje está claro... todo cambia. Hasta aquí, nada que no hayáis escuchado cientos de veces. La cuestión es, por tanto, otra; cómo debemos afrontarlo. Más allá de una perspectiva optimista (ver el vaso medio lleno y todo ese rollo), os propongo algo nuevo; celebrar el cambio.

Para empezar, debo aclarar  que esta idea no me pertenece a mí, ni mucho menos. Se la he copiado a Albert Espinosa, una de las personas más sabias en lo que a afrontar cambios se refiere; un ejemplo de superación, un gurú en materia de emociones. Para aquellos que no hayáis leido "El mundo amarillo" o visto la serie "Pulseras rojas", es necesario que os avance algo (sin ánimo de espoilear), solamente para que compréndais el porqué de este post. Cuando al personaje de Lleó le comunican que han de amputarle una pierna para frenar el avance de su osteosarcoma; este, lejos de deprimirse, decide hacerle una fiesta de despedida. Algo que, en su momento, me pareció tan increíble como admirable. Una historia que me hizo pensar en lo afortunados que somos solo por el hecho de seguir viviendo.

Como seres vivos, el cambio es algo que nos aterra; porque escapa a nuestro control y, por tanto, amenaza nuestra supervivencia. Sin embargo, como seres humanos, asumimos que es algo necesario, que nos ha permitido evolucionar y llegar dónde estamos. Pues bien, son muchos los cambios que acontecen a lo largo de nuestra vida. Citarlos todos es imposible; pero se me ocurren unos cuantos ejemplos que pueden ser motivo de celebración.
Un amigo que se marcha; celebrar que podemos ir a visitarlo y sentir alegría al rencontrarnos (tener la oportunidad de extrañarlo). Un amigo que se queda; celebrar que lo tenemos al lado y disfrutar de sus consejos y su compañía. Una pareja que sale de nuestra vida; celebrar que tenemos más tiempo para conocernos a nosotros mismos. Una pareja que entra en nuestra vida; celebrar que tenemos a alguien con quien compartir ese mismo tiempo. Un trabajo que perdemos; celebrar la posibilidad de encontrar otro mejor. Un trabajo que encontramos; ya es motivo para celebrar. Un país que abandonamos; celebrar todo lo nuevo que tenemos por conocer. Un país en el que nos quedamos; celebrar que, ya solo por eso, somos afortunados.

En todo caso, los cambios sobrevienen en nuestra vida sin que podamos controlarlos (quizás planearlos de algún modo, eso como mucho). Por ello, es importante vivir el día a día, sin obsesionarse con el mañana. El futuro es hoy. Disfrutar de los buenos momentos y salir fortalecido de los malos. Ser receptivo a los cambios y pensar en ellos como oportunidades para progresar y cambiar de vida. Dejar de lamentarse por el pasado y aprender de los errores. Sufrir decepciones sin renunciar a volver a enamorarse. Celebrar el cambio es, en última instancia, celebrar la vida. Yo, lo hago con un corte de pelo y una sonrisa.